El caso de conversión al
cristianismo más famoso de la
historia
Unos de los personajes mas interesante en la
Biblia,despues de Cristo y David..
Pablo, llamado Saulo en el uso y rigor judío,
afirmaba con vehemencia que
el Evangelio que predicaba no lo había
aprendido o recibido de los hombres.
Perteneció a la casta de los fariseos. Había
nacido en Tarso, ciudad que pertenecía al
mundo grecorromano; quien nacía allí tenía la
categoría de ciudadano romano y lo era tanto
como el centurión, el procurador, el tribuno o
magistrado. Necesariamente, por ser judío no le
cupo más suerte en la niñez que andar
disimulando su condición entre los demás del
pueblo, ocultando su creencia, tenida como
superstición por los paganos romanos. Es
posible que esto le fuera encendiendo por
dentro y le afirmara aún más en su fe, cuando
iba creciendo en edad y tenía que defenderse
marchando contra corriente.
Era más bien bajo, de espaldas anchas y
cojeaba algo. Fuerte y macizo como un tronco.
Un rictus tenía que le hacía fanático. Conocía
los manuscritos viejos escritos con signos que
a los griegos y a los romanos les parecían
garabatos ininteligibles, pero que encerraban
toda la sabiduría y la razón de ser de un pueblo.
Listo como un sabio en las escuelas griegas de
Tarso, familiarizado con los poetas y filósofos
que habían pasado el tiempo escribiendo en
tablillas o pensando. Para los griegos solo era
un hebreo, miembro de aquellas familias que
vivían en un islote social, aislado entre misterios
inaccesibles a los de otra raza, uno de los que
tenían prohibido el acceso a las clases cultas y
dirigentes; era de esos que se hacían
despreciables por su puritanismo, por sus
rarezas ante los alimentos, su modo de
divertirse, de casarse, de entender la vida, de no
asistir a los templos ¡un ambiente nada claro!
A los dieciocho años se fue a Jerusalén para
aprender cosas del judío verdadero, las de la
Ley patria, la razón de las costumbres; ansiaba
profundizar en la historia del pueblo y en su
culto. Gamaliel lo informó bien por unos cuartos.
Aprendió las cosas yendo a la raíz, no como las
decía la gente poco culta del pueblo sencillo y
llano. Supo más y mejor del poder del Dios
único; aprendió a darle honra y alabanza en el
mayor de los respetos y malamente soportaba
con su pueblo el presente dominio del imponente
invasor. Esto le ponía furioso. Los profetas
daban pistas para un resurgimiento y los salmos
cantaban la victoria de Dios sobre otros pueblos
y culturas muy importantes que en otro tiempo
subyugaron a los judíos y ya desaparecieron a
pesar de su altivez; igual pasaría con los
dominadores actuales. El Libertador no podría
tardar. Mientras tanto, era preciso mantener la
idiosincrasia del pueblo a cualquier costa y no
ser como los herodianos, para que la esperanza
hiciera posible su supervivencia como nación.
No se podía dejar que un ápice lo apartara de la
fidelidad a las costumbres patrias. Eso le hizo
celoso.
Y mira por donde, aquella herejía estaba
estropeando todo lo que necesitaba el pueblo.
Locos estaban adorando a un hombre y
crucificado. No se podía permitir que entre los
suyos se ampliara el círculo de los disidentes.
Había que hacer algo. No pasaban, sino que las
noticias decían que estaban por todas partes
como si se diera una metástasis generalizada
de un cáncer nacional. Hacía años que ya
estuvo,
colaborando como pudo, en la lapidación de uno
de aquellos visionarios listos, serviciales,
piadosos y caritativos pero que hacían mucho
daño al alto estamento oficial judío; fue cuando
lo apedrearon por blasfemo a las afueras de
Jerusalén, y lastimosamente él sólo pudo
guardar los mantos de los que lo lapidaron.
Hasta le parecía recordar aún su nombre:
Esteban.
Su conversión fue en un día insospechado.
Nada propiciaba aquel cambio. Precisamente
llevaba cartas de recomendación de los judíos
de Jerusalén para los de Damasco; quería
poner entre rejas a los cristianos que
encontrara. Hasta allí se extendía la autoridad de
los sumos sacerdotes y principales fariseos;
como eran costumbres de religión, los romanos
las reconocían sin hacerles ascos. Saulo guiaba
una comitiva no guerrera pero sí muy activa,
casi furiosa, impaciente por cumplir bien una
misión que suponían agradable a Dios y
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